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Mi “golpe en la cabeza” fueron varios golpes. Llegué al feminismo primero desde el activismo, desde la teoría... y solo empecé a comprender a otros niveles más profundos cuando mi ex que me “amaba locamente” me dijo que “como todas las mujeres, usaba las lágrimas para dar pena, menuda feminista de pacotilla” 😳🤬😥

Empecé en esa época a ver cómo todo caía como fichas de dominó: me vi a lo largo de mi vida vistiéndome ancha y no arreglada porque no quería ser condicionada o juzgada por mi físico; vi como me habían llamado puta por comportarme como mis amigos chicos; como siempre se daba por hecho que mi madre era la que cocinaba, recogía, escuchaba y estaba disponible a cualquier hora.

Empecé a recordar e hilar tantas veces que me habían sobeteado estando de fiesta. Esas veces corriendo por la noche para llegar a casa por haber visto un tío raro en la otra acera. Tantas conversaciones en grupos mixtos donde la conversación la lideran ellos y lo que aportan las chicas es en referencia a los temas que ellos sacan o simplemente son temas de segunda. Ese menosprecio a las emociones o a la intuición, ese endiosamiento de la racionalidad.

Hice mi duelo. Marcela Lagarde lo cuenta magistralmente: el duelo que las mujeres vivimos cuando nos damos cuenta de que el mundo tal y como está planteado no nos ve, ni nos valora: nos violenta.

Afortunadamente hay espacios donde descansar, cuidarse, mujeres compañeras y amigas que son refugios, regalos liberadores, lugares de libertad, baile y risas. Salud pura. Y afortunadamente que vamos haciendo camino, cada vez que una mujer rompe un límite, nos regala ese nuevo espacio a todas. Y así tiene que ser.

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Mi “golpe en la cabeza” fueron varios golpes. Llegué al feminismo primero desde el activismo, desde la teoría... y solo empecé a comprender a otros niveles más profundos cuando mi ex que me “amaba locamente” me dijo que “como todas las mujeres, usaba las lágrimas para dar pena, menuda feminista de pacotilla” 😳🤬😥

Empecé en esa época a ver cómo todo caía como fichas de dominó: me vi a lo largo de mi vida vistiéndome ancha y no arreglada porque no quería ser condicionada o juzgada por mi físico; vi como me habían llamado puta por comportarme como mis amigos chicos; como siempre se daba por hecho que mi madre era la que cocinaba, recogía, escuchaba y estaba disponible a cualquier hora.

Empecé a recordar e hilar tantas veces que me habían sobeteado estando de fiesta. Esas veces corriendo por la noche para llegar a casa por haber visto un tío raro en la otra acera. Tantas conversaciones en grupos mixtos donde la conversación la lideran ellos y lo que aportan las chicas es en referencia a los temas que ellos sacan o simplemente son temas de segunda. Ese menosprecio a las emociones o a la intuición, ese endiosamiento de la racionalidad.

Hice mi duelo. Marcela Lagarde lo cuenta magistralmente: el duelo que las mujeres vivimos cuando nos damos cuenta de que el mundo tal y como está planteado no nos ve, ni nos valora: nos violenta.

Afortunadamente hay espacios donde descansar, cuidarse, mujeres compañeras y amigas que son refugios, regalos liberadores, lugares de libertad, baile y risas. Salud pura. Y afortunadamente que vamos haciendo camino, cada vez que una mujer rompe un límite, nos regala ese nuevo espacio a todas. Y así tiene que ser.

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