Hola, soy Sara Soria, y en Mentes Despiertas comparto ideas y reflexiones para empoderarnos y combatir la desigualdad.
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Al suscribirte, te he preguntado por qué eres una mente despierta.
Ahora me toca responder a mí.
Lo primero que tienes que saber es que soy siempre la oveja negra.
Si todo el mundo está de acuerdo en algo sin discrepancias, me suena rarísimo y lo cuestiono. No lo puedo evitar.
Vivir la vida con una perspectiva crítica, y cuestionar lo establecido, me sale natural.
Y siempre tengo tendencia a defender al que tiene la posición más débil, al oprimido, al que tiene menos poder.
Sin duda, tengo alma de activista.
El despertar
Mucha gente piensa que ya hay igualdad.
Que las feministas son radicales y que no es para tanto. Que algunas son feminazis, y están como cabreadas todo el rato y dicen cosas como heteropatriarcado y macho hetero que las hacen parecer ofensivas y ridículas.
Qué pesadas.
Y que el tema machismo y feminismo, ya aburre.
Ya, yo también lo pensaba.
No sabes la vergüenza que me da reconocerlo.
Estaba convencida de que no hacía falta.
Pensaba que el machismo y la desigualdad eran cosa de nuestros padres o abuelos, y que nuestra generación iba a acabar con eso. Era algo del pasado que desaparecería sin hacer nada.
Hasta que me topé de lleno con el mundo laboral. Y empecé a ver cosas que no me gustaban.
Me dí cuenta de que casi todos los puestos de responsabilidad eran ocupados por hombres.
Y que las mujeres ocupaban los puestos peor pagados.
Una vez, trabajé en una empresa familiar. El fundador era ya mayor, era el Gerente. Tenía un hijo y una hija. El hijo era el Director, y ella ocupaba un puesto de menor responsabilidad. Él era ya el claro sucesor. Siempre pensé que ella era más lista y más capaz.
Cuando compartía esto con mis compañeros, a todo el mundo le parecía normal. Decían que se premiaba la valía.
A mí, no me cuadraban las cosas.
Me empecé a sentir mal. Y no entendía por qué.
Veía injusticias que nadie más veía. ¿Me estaba volviendo loca?
Y empecé a leer, a hacerme preguntas y asistir a talleres de empoderamiento.
Encontré argumentos. Encontré respuestas.
Y de repente, todo tenía sentido.
¡BOOM! Me explotó la cabeza.
Me di cuenta de que tenemos comportamientos inconscientes que sin querer nos llevan a promover y perpetuar la desigualdad.
Sesgos inconscientes, automáticos, que promueven la discriminación.
Sin ninguna mala intención.
Sin darnos cuenta. Pensando que es algo natural.
Me pareció fascinante que todo esto pasara desapercibido para la mayoría de la gente, y continué leyendo y formándome.
Y así, me convertí en una MENTE DESPIERTA.
Las gafas moradas y el golpe en la cabeza
Cuando abres los ojos a la desigualdad, es como si despertaras de nuevo.
El despertar es una cosa muy loca, es como si hubiera una realidad paralela que solo puedes ver tú.
Y te sientes tonta, y no entiendes cómo has podido estar tan ciega.
Para explicarlo se utiliza la metáfora “ponerte las gafas moradas”, porque comienzas a verlo todo con otra óptica.
De repente empiezas a identificar la desigualdad y la discriminación en todos los ámbitos de tu vida: en el trabajo, en tu familia, en tu círculo de amistades, en las películas, en los libros...
Y te preguntas… pero ¿cómo no lo he visto antes?
Es una mirada crítica que te hace ver todo con perspectiva de género y las desigualdades son visibles a tus ojos.
Como un superpoder.
Además, no hay marcha atrás.
Una vez, le escuché decir a la activista Irantzu Varela en una charla, que lo de las gafas moradas no era acertado porque las gafas te las puedes quitar y poner, y que en realidad, era una operación de cataratas. Porque cuando empiezas a identificar la desigualdad, no puedes dejar de hacerlo.
A mí tampoco me gusta porque no lo ves todo morado cuando te las pones, de repente lo ves todo negro y te pones roja de furia.
La escritora Lucía Lijtmaer, en su libro “Yo también soy una chica lista”, lo llama “El Golpe en la Cabeza”. A ese momento en que te pegas la hostia y ya no hay vuelta atrás.
Lijtmaer se dio el golpe en la cabeza cuando en una reunión de trabajo, en la que era la única mujer, un compañero le mandó callar. Era una reunión de guionistas, y un hombre le dijo sssshhhh para que otro dijera lo mismo que iba a decir ella. La hicieron callar, como en el colegio.
A veces es un momento concreto, otras veces es una acumulación de acontecimientos. Puede ser un refregón cebolleta en el metro, una humillación en el ámbito laboral, un día que tienes miedo al volver a casa.
O el día en que unes todas esas pequeñas cosas y algo te hace click.
Ese día te quedas congelada. Sientes la discriminación. Y te empiezas a hacer preguntas.
Y es entonces cuando abres los ojos y te das cuenta de que el feminismo es necesario.
Ese momento en que prefieres ser una feminista gritona, a que te manden callar.
Y ya no te parecen pesadas. Y entiendes que estén cabreadas.
A mí me gusta llamarlo EL DESPERTAR.
Por eso estamos aquí, las MENTES DESPIERTAS.
Igual no te has despertado aún. Lo importante es que tengas la mente abierta para hacerte preguntas.
En el próximo email te voy a contar en qué se diferencian las feministas y las feminazis.
Mientras, cuéntame, si no lo has hecho ya, en qué momento te diste cuenta de que no vivimos en igualdad. ¿Qué te hizo despertar? ¿Qué te pasó para abrir los ojos y llegar a ser una MENTE DESPIERTA?
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Un abrazo,
Sara
Mi “golpe en la cabeza” fueron varios golpes. Llegué al feminismo primero desde el activismo, desde la teoría... y solo empecé a comprender a otros niveles más profundos cuando mi ex que me “amaba locamente” me dijo que “como todas las mujeres, usaba las lágrimas para dar pena, menuda feminista de pacotilla” 😳🤬😥
Empecé en esa época a ver cómo todo caía como fichas de dominó: me vi a lo largo de mi vida vistiéndome ancha y no arreglada porque no quería ser condicionada o juzgada por mi físico; vi como me habían llamado puta por comportarme como mis amigos chicos; como siempre se daba por hecho que mi madre era la que cocinaba, recogía, escuchaba y estaba disponible a cualquier hora.
Empecé a recordar e hilar tantas veces que me habían sobeteado estando de fiesta. Esas veces corriendo por la noche para llegar a casa por haber visto un tío raro en la otra acera. Tantas conversaciones en grupos mixtos donde la conversación la lideran ellos y lo que aportan las chicas es en referencia a los temas que ellos sacan o simplemente son temas de segunda. Ese menosprecio a las emociones o a la intuición, ese endiosamiento de la racionalidad.
Hice mi duelo. Marcela Lagarde lo cuenta magistralmente: el duelo que las mujeres vivimos cuando nos damos cuenta de que el mundo tal y como está planteado no nos ve, ni nos valora: nos violenta.
Afortunadamente hay espacios donde descansar, cuidarse, mujeres compañeras y amigas que son refugios, regalos liberadores, lugares de libertad, baile y risas. Salud pura. Y afortunadamente que vamos haciendo camino, cada vez que una mujer rompe un límite, nos regala ese nuevo espacio a todas. Y así tiene que ser.
Mi “golpe en la cabeza” fueron varios golpes. Llegué al feminismo primero desde el activismo, desde la teoría... y solo empecé a comprender a otros niveles más profundos cuando mi ex que me “amaba locamente” me dijo que “como todas las mujeres, usaba las lágrimas para dar pena, menuda feminista de pacotilla” 😳🤬😥
Empecé en esa época a ver cómo todo caía como fichas de dominó: me vi a lo largo de mi vida vistiéndome ancha y no arreglada porque no quería ser condicionada o juzgada por mi físico; vi como me habían llamado puta por comportarme como mis amigos chicos; como siempre se daba por hecho que mi madre era la que cocinaba, recogía, escuchaba y estaba disponible a cualquier hora.
Empecé a recordar e hilar tantas veces que me habían sobeteado estando de fiesta. Esas veces corriendo por la noche para llegar a casa por haber visto un tío raro en la otra acera. Tantas conversaciones en grupos mixtos donde la conversación la lideran ellos y lo que aportan las chicas es en referencia a los temas que ellos sacan o simplemente son temas de segunda. Ese menosprecio a las emociones o a la intuición, ese endiosamiento de la racionalidad.
Hice mi duelo. Marcela Lagarde lo cuenta magistralmente: el duelo que las mujeres vivimos cuando nos damos cuenta de que el mundo tal y como está planteado no nos ve, ni nos valora: nos violenta.
Afortunadamente hay espacios donde descansar, cuidarse, mujeres compañeras y amigas que son refugios, regalos liberadores, lugares de libertad, baile y risas. Salud pura. Y afortunadamente que vamos haciendo camino, cada vez que una mujer rompe un límite, nos regala ese nuevo espacio a todas. Y así tiene que ser.